En los días de 1952 ocurrió un hecho muy vinculado a la actividad política y a las pasiones opuestas que provocaba el gobierno peronista de aquel momento. El principal perjudicado fue Estudiantes de La Plata, un cuadro que no estaba en los primeros puestos pero tampoco peleaba por mantener la categoría, a pesar de contar con futbolistas de primer nivel. Fue una situación que se originó en junio de 1952 y que tuvo su desenlace cuando el cuadro de La Plata descendió, por primera vez en su historia, a fines de 1953.
Cuenta la revista Animals, una publicación pincharrata independiente, que “aquella mañana del 18 de junio de 1952 se olía algo raro en el ambiente. Un grupo de personas se presentaba impetuosamente en la sede del club al grito de “¿dónde están los libros?”. Era el delegado platense de la Confederación General del Trabajo (CGT), Luis Felipe Suárez, junto a otros miembros de la central obrera. Los acompañaba, extrañamente, un fotógrafo. De inmediata se dirigieron hacia donde estaban apilados aquellos libros en cuestión, los escritos por Eva Perón, “La razón de mi vida”.”
Sigue narrando la revista que “eran en total dos mil ejemplares, que presuntamente la provincia le había entregado a Estudiantes con el objetivo de que el club los distribuyera entre socios y entidades sociales de la ciudad. Suárez comprobó lo que le había informado secretamente un empleado del club. Era esa prueba, esa foto, la que necesitaba para pedirles la renuncia al presidente César Ferri y a todos los miembros de la Comisión Directiva. Tras la visita a la sede, el dirigente sindical Suárez actuó con todo el poder de convocatoria y presión que su cargo en la CGT le permitía: decretó un paro total en La Plata de todos los gremios afiliados y convocó a una manifestación en la Plaza San Martín, recordada por sus duros discursos.”
Parece que Luis Felipe Suárez fue el primero en hablar ante la gente, enardeciéndola aún más. Entre los oradores se destacó el diputado peronista Rojas Durquet quien expresó que “no tenemos nada en contra de Estudiantes, sino de los dirigentes. Los trabajadores repudiamos públicamente a los once tarados mentales que estaban ocultando la voluntad de un pueblo”. Pocas horas después, los principales directivos de Estudiantes se presentaron en la sede de la CGT y le explicaron a Suárez y su gente que como no se habían puesto de acuerdo sobre el destino de los libros los tenían archivados. Suárez, con el inmenso poder político que tenía en ese momento, les dijo que debían renunciar igual “porque nadie podía asumir la responsabilidad por la actitud que tomaría la multitud con el club”, según expresó años más tarde al diario La Nación.
Así lo hizo la Comisión Directiva de Estudiantes, tratando de anticiparse a una venganza política, el mismo día que Suárez irrumpió en la sede y descubrió esos libros emblemáticos archivados. Sin embargo, el gesto de buena voluntad no les alcanzó a los directivos y al día siguiente, los diputados Héctor Cámpora (luego Presidente de la Nación), Asquía y Alonso presentaron un proyecto en el que declararon que “la maniobra tendiente a sustraer de la circulación el libro La Razón de mi Vida, consagrado ya como el libro de la hora de los pueblos, merece la más enérgica condenación de los representantes del pueblo.”
El gobierno bonaerense decidió imponer su poder y con la firma del gobernador Carlos Vicente Aloé dispuso la intervención del club Estudiantes de La Plata explicándose en la fundamentación que “la actitud asumida por la Comisión Directiva importa no sólo un agravio profundo a la personalidad histórica de la señora Eva Perón, ejemplo de sacrificio, abnegación y amor por los humildes, sino al mismo tiempo una ofensa inferida a la dignidad de todo el pueblo… Si todo ello no fuera suficiente para aconsejar la intervención, es un índice suficiente la apresurada renuncia de todos los miembros de la CD, que en este momento ha quedado acéfala…”
El 23 de junio llegó la intervención y fue puesto en funciones Mario Sbuscio. Con la dirigencia propia alejada del trabajo diario, los futbolistas quedaron a la intemperie. Al momento del drástico cambio de autoridades, la deuda con el plantel abarcaba cinco meses de sueldo. Allí, los problemas institucionales y políticos se trasladaron a la vidriera principal, el equipo de fútbol.
Junto a Mario Sbuscio asumieron Rafael Oteriño, José Amerise, Guillermo Tettamanti, Juan Longo y Horacio Gismondi, todos afiliados al Partido Peronista. Pocos días después del fallecimiento de Eva Perón, la Legislatura bonaerense sancionó la ley que cambió el nombre de la ciudad de La Plata por Eva Perón. A partir de ese momento, el equipo pincharrata fue Estudiantes de Eva Perón.
Las cuestiones económicas con el plantel no se solucionaron y los futbolistas decidieron ir a la huelga por falta de pago. Los titulares jugaron por última vez el 2 de noviembre, cayendo sobre la hora ante Racing, en Avellaneda. Los responsables de la intervención decidieron suspenderlos por 90 días, haciendo uso de la reglamentación de la época pero olvidando que había una abultada deuda con cada futbolista.
Estudiantes afrontó los últimos seis partidos con un equipo formado por elementos de tercera y cuarta división. Apenas pudo ganar dos encuentros y perdió los cuatro restantes. Los jóvenes debutaron ante Platense y cayeron por 3-2 en La Plata, mientras que los jugadores titulares se presentaron en el estadio y repartieron volantes a los hinchas de Estudiantes explicando la situación y el origen de la suspensión. La cuestión trascendió a la ciudad y tomó estado público en la prensa nacional.
Finalmente, los jugadores y la intervención llegaron a un acuerdo gracias a la mediación de Valentín Suárez, el presidente de la AFA. Con el apoyo de Futbolistas Argentinos Agremiados y de su secretario general Llamil Simes, se depositaron 120 mil pesos en la AFA y se solucionó el inconveniente principal que era la deuda con el plantel, pero con un grave perjuicio hacia el club.
Los seudo dirigentes vendieron a la mayoría de los futbolistas por cifras irrisorias. Por ejemplo el arquero Gabriel Ogando, los goleadores Infante y Pelegrina y el insider Giosa fueron comprados por Huracán en un millón de pesos, con el agravante que tanto Infante como Ogando eran titulares en la selección argentina. Con el argumento de una deuda que tenía el club y para “sanear las finanzas”, la intervención continuó liquidando el plantel, cediendo otros tres futbolistas a Independiente (Violini, Ferretti y Bouché), uno a Ferro (Pirone) y otro a Banfield (Lorenzo). Estudiantes quedó seriamente comprometido para el torneo de 1953 porque dejó de tener figuras de nivel nacional, se nutrió de jugadores juveniles y apenas retuvo a Garcerón y Antonio, dos buenos elementos que no podían, por sí solos, hacer olvidar a sus compañeros transferidos.
Atlanta fue el equipo que descendió en 1952 al hacer una pésima campaña, al punto que recién pudo ganar su primer partido en la vigésimo segunda fecha al vencer por 6-4 al poderoso Independiente, haciendo revivir aquel partido largamente sospechado de 1940 cuando triunfó por idéntico resultado ante el mismo rival.
En el torneo de 1953, Estudiantes arrancó muy mal, ya que perdió los cinco primeros partidos y recién pudo capturar su primer punto al igualar con Platense en la séptima jornada. El cuadro de La Plata apenas supo seis unidades al término de la primera rueda y una serie de éxitos resonantes ante Independiente, Huracán y Boca, además de una sospechosa goleada a Chacarita por 6-1 en San Martín en la última jornada, no pudieron evitar el descenso a Primera B.
El encuentro disputado el 22 de noviembre fue arbitrado por el inglés Wilbraham y Estudiantes necesitaba un resultado muy amplio para superar en el goal average a Newell’s Old Boys. En la jornada final, River superó por 2-1 a los rojinegros y se consagró bicampeón, mientras que Estudiantes arrancó perdiendo pero enseguida lo dio vuelta y con tres goles de Caram finalizó la primera etapa ganando 3-1. En el segundo tiempo, explica Pablo Ramírez en su Historia del Profesionalismo “se asistió de tal modo a un espectáculo muy común en muchas de las jornadas finales de los diferentes campeonatos, en que se facilitaba el triunfo de un cuadro amenazado por el descenso. Como si beneficiando a unos no se perjudicaba a otros. Estudiantes ganó 6-1 contando con la complicidad del rival, que paradójicamente tenía hasta antes de ese partido la valle menos vencida del certamen. Pero el triunfo, logrado de un modo tan cuestionable, no logró impedir el descenso del equipo estudiantil.”
En la crónica del partido que elaboró el diario La Nación se puede leer que “cuando a los treinta segundos Chacarita abrió la cuenta, no era cosa, sin duda, para pensar que el equipo iba a ganar por 180 goles, pero tampoco era cosa de imaginar que perdería por 6 a 1. Sus partidarios no quisieron convencerse de la superioridad de Estudiantes y el guardavalla Díaz quiso saltar la alambrada para rechazar los cargos de que era objeto…”
Pero Estudiantes descendió y estalló la indignación en La Plata contra los dirigentes que trabajaron para la intervención. Un trabajo paciente del directivo Juan Pascale, rector de la Universidad Nacional de La Plata originó la confección de una sola lista encabezada por Raúl Caro Betelú, miembro de la Suprema Corte de Justicia de la Nación. El cuadro de La Plata (en aquel momento llamada Eva Perón) se dispuso a afrontar su primera intervención en el ascenso y para ello contrató a Mario Fortunato, un experimentado entrenador con muchas relaciones políticas, arbitrales y deportivas, quizás demasiadas. Fortunato había sido sancionado en los años cuarenta por participar en un caso de soborno y tenía varios antecedentes similares. El cuadro pincharrata fue favorecido en varios encuentros por desempeños cuestionables de los jueces y ganó el torneo con tres puntos de ventaja sobre Argentinos Juniors y Colón de Santa Fe.
Cuando faltaban siete jornadas, Estudiantes marchaba cuarto, a cinco puntos de Colón, pero la súbita pérdida de partidos de los santafesinos y de sus escoltas Atlanta y Unión más una racha seguida de triunfos, le permitió al cuadro de La Plata ganar el campeonato. Siempre que jugó de local, Estudiantes contó con la presencia del gobernador Carlos Vicente Aloé, el mismo que dos años antes había decretado la intervención del club por los dos mil libros archivados. Las necesidades políticas, estaba muy claro, eran totalmente diferentes.
Hace algunos años, Manuel Pelegrina le contó al periodista Eduardo Köppl en la desaparecida revista Goles Match que “la gente supuso que todo estaba arreglado para que ascendiéramos. Pero no fue así, porque lo nuestro fue todo serio. Eso se lo puedo asegurar como capitán de aquel equipo.” Pelegrina agregó que “entrábamos a la cancha con cierto resquemor, porque si en determinado momento empatábamos o ganábamos con susto, podía parecer que quedábamos en evidencia y no era así. En un partido contra All Boys en la semana se comentó que estaba todo arreglado, la cuestión es que perdimos 1-0 faltando dos minutos…”
De «Historias Negras del Fútbol Argentino», de Capital Intelectual.