Alejandro Fabbri, confeso hincha Calamar, y su sentir tras el ascenso de Platense al Nacional.
El corazón aguanta. Es duro, porfiado, insiste en mantenerse firme y saludable pese a los avatares de la vida. En la Argentina, se sabe, las cosas casi nunca son como uno quisiera. Muchas mentiras, muchas desengaños, pocas ilusiones que se convirtieron en realidad pero muy rápido son desvirtuadas por los que creen que con ellos empieza la verdad.
El fútbol es un calco del caótico país que tenemos, para bien y para mal. Siguiendo el mandato familiar de mi bisabuelo (Enrico, pintor de frisos religiosos), mi abuelo (Otto, violinista) y mi viejo (Enrique, ortopedista), desde chiquito fui hincha de Platense. Un club con una larguísima historia en Primera División (72 temporadas), que varias veces luchó para ser campeón y se quedó en la puerta. Los que pasamos el medio siglo largo de vida, lo recordamos bien. Aquella semifinal de 1967 cuando lo ganábamos 3-1 y lo perdimos 4-3 con aquel cuadrazo que dirigía Osvaldo Zubeldía y un año después ganó Libertadores y Copa del Mundo.
El descenso de 1971 y la pérdida de la entrañable cancha de Manuela Pedraza y Crámer, donde me asomé por primera vez al fútbol de mi infancia, viendo equipos desconocidos para mí. El ascenso de 1964 en el viejo Gasómetro recuperando el lugar en la A (Platense se había mantenido en Primera entre 1913 y 1955), esa caída enorme al quedarnos sin lugar los domingos y sin cancha propia. El nuevo retorno en 1976 ganándole la final a Villa Dálmine en Liniers, las permanentes peleas para no descender mientras se construía el nuevo templo en Vicente López.
Pero se terminaba el siglo XX y todo pintaba mal. Para el país y para Platense. Descenso en 1999 festejado por muchas víctimas que el terco cuadro de Saavedra había mandado a jugar a categorías inferiores. Todos o casi todos, salvo Boca, River, Independiente, Vélez y Newell’s, el resto se fue y el Calamar se mantuvo. Y otros poderosos descendieron después…
Vino la áspera B Nacional, el descenso en ¡¡¡el mismo partido!!! con el Racing cordobés en Vicente López, un drama que nunca había ocurrido en nuestro fútbol, mientras el país estallaba en pedazos. La recuperación en 2006 con los goles del Dany Vega, el despliegue único del Pichi Mercier y el esfuerzo del resto. Se arañó la vuelta a Primera, pero Tigre nos dejó afuera a un paso de la Promoción. Nuevo retroceso en 2010 con muchos desaciertos dirigenciales y un club que no era tal.
Empezó la lenta reconstrucción, vino la semifinal perdida por penales con Brown de Adrogué y los perjuicios que nos causaron los árbitros de esos partidos. El fatídico minuto con el gol de Temperley y la lotería que perdimos en los penales. Todo mal. Con un señor entrenador como el Gallego Méndez y un buen grupo de jugadores. Poca plata, pocas ilusiones, a empezar de nuevo. Llegaron los nuevos dirigentes, empezó a crecer el club desde abajo, la vuelta del básquet que hoy está a punto de alcanzar la Liga Nacional. Nuevos socios, nuevas caras, el futsal, las chicas del fútbol femenino plantándose ante Boca y River, el handball, las inferiores. Todo bien, pero faltaba algo que se olía en el club. El ascenso a la B Nacional.
Y llegó. Jugando un desempate bajo la lluvia y sobre el estoico campo de juego granate. Caos de tránsito, autopista cortada por un choque, desvíos difíciles, de Saavedra a Lanús es mucho viaje, el partido empezó 45 minutos tarde por todo eso. Los casi diez mil Calamares que invadieron la Fortaleza fueron llegando de a poco, mojados y ansiosos. Y asustados. Y resignados a lo que viniera.
Antes del inicio del partido, un hincha conocido de la tribuna, me frenó el ascenso a la parte superior de la techada granate y me dijo: “Hoy ganamos. Fijate: siempre que jugamos una final o desempate en cancha neutral y de noche, lo ganamos. Fue con All Boys en San Lorenzo en el 64, Dálmine en el 76, Lanús en los penales del 77, Temperley en el 87…” Por suerte no nombró la noche en la Bombonera que soñábamos ganar el metropolitano y nos pincharon los pinchas…
Gloria y honor al equipo. Enormes De Olivera en el arco, Lamberti en la mediacancha, Curuchet por las puntas y el goleador de raza, Daniel Vega en el centro del ataque. Fundamentales los tres pibes del club desde chiquitos: Morgantini e Infante marcando las puntas y Palavecino con su talento y su esbozo de crack que cada día juega mejor. Un DT como Fernando Ruiz mesurado, serio, inteligente, que se equivocó como cualquier y corrigió el rumbo. Enormes también los que hicieron el esfuerzo (Gallegos, Iribarren, Bocchino, Tonetto, el Chino Vizcarra y sus goles claves) y el resto.
A celebrar un buen rato. A festejar con tranquilidad. Simplemente, el tiempo va acomodando las cosas: Platense en la B Nacional es lo mínimo que se requería para iniciar el asalto al paraíso que siempre fue nuestro: la Primera A. El pintor Enrico, mi abuelo el violinista y mi querido viejo estarán festejando arriba con tantos amigos, con el Polaco Goyeneche, con Julio Cozzi y Edmundo Rivero y con tantos vecinos del querido barrio. El futuro es nuestro. Lo peor ya pasó y en este caso, es verdad.
Nota: TyC Sports.com