Por errores y horrores que se han cometido en los últimos meses en su aplicación, el VAR no llega precedido de ser la manera más justa para zanjar criterios y ayudar a los árbitros en la decisión que tomen en diferentes jugadas importantes de un partido.
Muy resistido al principio por los sectores más conservadores del fútbol, se impuso lentamente entre deportistas, dirigentes y la opinión pública aunque nunca pudo sacarse de encima la sospecha que siempre convivió con el fútbol de alto nivel acerca de los intereses políticos y económicos que tienen los clubes más poderosos.
Es que el VAR enciende más polémicas de las habituales que genera cada partido, ya que sus responsables definen algunas veces la razón del juez o la modifican en función de lo que las cámaras muestran y ha pasado reiteradamente que esos mismos fallos no aclaran sino que opacan todavía más la decisión final. O sea que llegó para quedarse pero no termina de transmitir equidad y sobre todo, no consigue generar más confianza de la que hasta ahora tiene.
Si repasamos la historia de nuestro fútbol, jamás los argentinos sean jugadores, hinchas, dirigentes o entrenadores han aceptado sencillamente los fallos arbitrales. Polémicas, incidentes, protestas de todo tipo, sanciones blandas y durísimas, conflictos con la AFA o sus antecesoras, un sinfín de líos vinculados a errores y horrores, injusticias de variada intensidad, poderío de los clubes más fuertes, corrupción arbitral y podemos seguir varias líneas.
Es entendible, debido a nuestro poco respeto a la autoridad (algo que obviamente no sucede sólo en el fútbol) que el VAR genera más dudas y menos certezas. ¿Cómo se soluciona? Con profesionalismo e idoneidad. Con ecuanimidad y sentido común. La pregunta que muchos se hacen es si un VAR manejado por los mismos jueces que arbitran semanalmente en el fútbol de nuestro país alcanza para sentarlos a conducir el VAR más allá de algún curso que hayan hecho.
Si somos mal pensados y no nos cuesta casi nada, podemos suponer que los mismos intereses en que determinados equipos ganen o peleen bien arriba o sumen puntos en momentos calientes del campeonato y del promedio que ocurren en partidos sin VAR, pueden llegar a una resolución distinta con la presencia del nuevo mecanismo. La transparencia hay que conseguirla con gente que conozca al dedillo el reglamento y lo interprete correctamente. No siempre es la honestidad lo que alcanza, sino que hay errores que no admiten excusas.
Una posibilidad sería -para quitar las sospechas desde la raíz- que vean profesionales de otros países, sin vinculaciones afectivas con ningún equipo argentino. Que hagan como hicieron los jueces británicos que llegaron en 1948 y se mantuvieron dirigiendo durante cinco años o en algunos casos, un tiempo más. Ellos no sabían quién era el rico y quién era el pobre. Lo fueron conociendo a medida que avanzó la estadía en la Argentina. Sin embargo, las tablas de posiciones fueron variando y se produjeron varias y festejadas sorpresas.
Suena a disparate, pedir controladores del VAR de otros países. Quizá no sea lo que se aconseja si se quiere volver a respetar esta manera de verificar si lo que dictaminó un árbitro en situaciones difíciles de observar, estuvo acertado o errado. Como el VAR llegó para quedarse, hay que extremar recursos para que no admita fallas graves o gravísimas como la ocurrida en el gol de Diego González para Boca y contra Atlético Mineiro. Claro, allí la convocatoria debería ser hecha a jueces europeos por la sencilla razón de que es una copa sudamericana. Vale igual.
Lo importante es revestir al VAR de una definición absoluta y hacer lo nuestro, desde lo humanamente posible, para bajar un cambio y entender que el fútbol convive con el error humano, pero la tecnología se adelantó en el tiempo y puede traer una justicia deportiva en cada partido para remediar las fallas o los errores groseros. Evitar, claramente, que el VAR agrande el horror y haga que lo odiemos.