Historias-Negras-del-Fútbol-Argentino

Historias Negras del Fútbol Argentino

Con prólogo de Víctor Hugo Morales
Contiene 219 páginas

El libro contiene hechos violentos, de corrupción, de intolerancia del público, de fallos escandalosos de los árbitros que se produjeron entre 1907 y 1972. Es la primera parte de una larguísima lista de situaciones lamentables, increíbles y llamativas que se han vivido en el fútbol argentino desde principios del Siglo XX. Como para terminar con el mito de “todo tiempo pasado fue mejor”.

Árbitros que dirigían armados, árbitros que se salvaron de morir ahorcados o apaleados, partidos con desenlaces dramáticos, una justicia que hacía la vista gorda cuando de equipos poderosos se trataba, desmanes imposibles de detener por la furia de los hinchas que se sentían estafados, jugadores que se sentaron en el campo de juego ante la descarada actuación de un juez, la lista es interminable y puede continuar.

Eso sí, también se pasa lista sobre los casos de soborno que fueron sancionados por la AFA, la corrupción enquistada en el fútbol desde mucho antes de lo que la gente se imagina, las críticas durísimas de aquel periodismo deportivo tan distinto al actual y hechos que no trascendieron demasiado porque eran varios los sectores interesados en no investigar situaciones mal habidas, arreglos espurios, convenios orales que destruían la confianza en la organización deportiva.

Es la primera parte de una exhaustiva búsqueda de las irregularidades en el deporte más querido del país y la demostración de que nada empezó ahora ni hace poco. La historia se encarga de poner las cosas en su lugar y mostrarnos que todo tiene que ver con todo.

LOS ÁRBITROS EN LA MIRA

 

La creación del Tribunal de Penas había servido para calmar algo a las fieras futbolísticas. Sin embargo, las protestas y reclamos que se generaban en los partidos, alcanzaban su punto máximo cuando el árbitro de turno sancionaba un tiro penal. En los años treinta, cobrar un penal equivalía a recibir todo tipo de insultos y hasta a ser agredido por los propios futbolistas. En el campeonato de 1935, se sancionaron apenas 45 penales para 306 partidos, lo que da un promedio ínfimo de 1,3 penal por fecha, compuesta cada una de nueve encuentros.

Estaba claro que había mucho temor y que los defensores de todos los equipos se dieron cuenta que podían incrementar el juego brusco porque no existían las sanciones importantes, sobre todo, cuando las faltas se daban dentro del área. Como decía un viejo periodista “si entraba el wing izquierdo de Ferro al área de Vélez y un defensor lo bajaba de un balazo, el árbitro iba a decir que no cobró penal porque no vio la trayectoria de la bala…”      

Lo concreto es que gran parte del periodismo se hizo eco de esta situación. En el diario El Mundo, un texto publicado el 8 de mayo de 1936 advertía que “una falta absoluta de carácter se aprecia en la mayoría de los árbitros que actúan en las filas de la Asociación del Fútbol Argentino. No ignoran nada de lo que ocurre a su alrededor. Advierten gestos y oyen insultos. A pesar de que los ojos de millares de espectadores están controlando severamente sus procedimientos, no se les ve intervenir con la decisión y la energía que reclaman las circunstancias. Esa tolerancia ha traído como lógica consecuencia una terminante falta de respeto de parte de los jugadores quienes luego, al comprobar que sus incorrecciones no han merecido una sanción ejemplar, comentan risueñamente en los vestuarios la debilidad del espíritu del juez, que no se atrevió a expulsarlos. Culpables no son, por consiguiente, los futbolistas, sino los mismos referees, que no saben imponer ni defender su autoridad”.

Estaba claro que los árbitros tenían distinto criterio para interpretar las infracciones. Cuando eran fuera del área, más o menos coincidían. Pero adentro de la zona peligrosa, les costaba muchísimo sancionar un penal. La campaña para pedir rigor y eficiencia tomó estado público y en la propia AFA se iniciaron las reuniones para exigirles firmeza a los árbitros. El 22 de mayo de 1936, el presidente Ángel Molinari se reunió con los dieciocho capitanes de los equipos de primera para ordenarles que colaborasen con la campaña para evitar incidentes y actos de violencia.

Dos días más tarde y en medio de las protestas por la blandura de los jueces, se jugó la octava fecha del campeonato y se produjo un hecho inédito. En el partido que Platense le ganó por 3-2 a Ferro Carril Oeste, el árbitro Eduardo Forte –el mismo que en 1929 había sacado una navaja sevillana para defenderse de las agresiones de un futbolista en pleno partido- cobró tres penales, dos para Platense y uno para la visita. Récord en el profesionalismo y un alarde de oportunismo al mismo tiempo.

Sobre el hecho, el periodista Hugo Marini señaló en el diario Crítica el martes 26 de mayo que “resulta interesante el procedimiento de este árbitro, en perfecto acuerdo con las exigencias del Tribunal, pues seguramente producirá resultados aún más favorables que todas las recomendaciones que puedan hacerse a los capitanes y componentes de los equipos. Lo importante sería que todos los referees usaran el mismo criterio, que produciría, como es lógico, en los primeros tiempos, casos como el de Platense y Ferro, pero que luego, y a medida que los jugadores fueran comprendiendo la necesidad de poner coto a sus violencias, tornaría normal la existencia de penas máximas en los partidos.”

Los incidentes perseguían a Eduardo Forte, el árbitro de la sevillana, el de los penales récord. El 14 de junio de 1936 dirigió el partido que San Lorenzo le ganaba a Talleres por 2-1, en Remedios de Escalada. El encuentro terminó milagrosamente, luego de una batahola descomunal. Nuevamente, un error del juez provocó la intemperancia y la violencia contenida en espectadores y deportistas. Con el partido igualado en un tanto, contó el diario La Nación que “Naón puso en juego a Arrieta, quien de inmediato esquivó a Gazzaneo; próximo a la línea del corner, el winger hizo un centro corto. Alarcón envió hacia la valla de Talleres un tiro fuerte, que José M. González logró detener, más no pudo impedir que la pelota picase contra el suelo, Wilson, que se hallaba dentro del arco, rechazó prestamente. El juez señaló el centro de la cancha: sancionaba el tanto. Los jugadores de Talleres iniciaron una airada protesta, lo que dio origen a las incidencias.”

Según parece, nadie pudo confirmar que la pelota hubiese transpuesto la línea, ni siquiera los jugadores de San Lorenzo. El partido se suspendió durante diez minutos y se reanudó, hasta que –continuó La Nación- ocurrió que “cuando el árbitro Forte dio las pitadas anunciando la terminación de la lucha, arreció la gritería en la tribuna oficial. Wilson y el arquero González se colocaron a los lados del referee para acompañarlo a salir del campo. No obstante la presencia de los futbolistas, le fueron arrojadas numerosas piedras al juez, sin que, afortunadamente, dieran en el blanco. Varios centenares de espectadores se acercaron a los vestuarios con intenciones agresivas. La intensa pedrea alcanzó a cuatro agentes de policía, que resultaron lesionados. El referee fue acompañado por la policía hasta la estación del ferrocarril para ponerlo a cubierto de la violencia.”

Para el diario Crítica, Forte había dirigido bien: “Arbitró con toda fortuna. No puede darse crédito a la suspicacia de muchos, por ello, sobre la honestidad de la sanción.” Tres días más tarde, la AFA condenó los incidentes y el delegado de San Lorenzo, Enrique Pinto, confirmó que los directivos y jugadores azulgranas fueron agredidos en el estadio de Talleres.

El 23 de junio de 1936, el flamante Tribunal de Penas de la AFA suspendió por un mes al club Talleres, siendo la primera vez que se aplicaba una sanción de tal magnitud. Como consecuencia de ella, el cuadro albirrojo no se pudo presentar y perdió los puntos contra Platense, Atlanta, Quilmes e Independiente. Mientras Talleres cumple su sanción, el Tribunal de Penas resuelve prohibir a todos los futbolistas profesionales hablar mal de los desempeños arbitrales. La resolución, según se dijo, “se determina para evitar que surja cualquier tipo de falta de respeto por parte de los jugadores y para impedir que se irradie desconfianza en los réferis.”

En una maniobra inesperada y poco clara, Boca Juniors compró a tres futbolistas de Talleres, justamente cuando cumplían la suspensión de treinta días. El zaguero Wilson, el eje medio Angeletti y el mediocampista ofensivo Alfredo González pasaron al club xeneize, desmantelando al cuadro albirrojo en su peor momento. Claro, no había descensos…

El club de Remedios de Escalada volvió a jugar el 26 de julio y cayó como local ante Estudiantes por 3-1, con un comportamiento ejemplar de sus hinchas. Se suponía que la sanción era ejemplificadora y sería idéntica ante casos similares. Grueso error.

Cuando faltaban cuatro jornadas para el final de la Copa de Honor que ganó San Lorenzo, el 5 de julio se midieron Independiente y Racing, en la cancha del primero. A los 17 minutos del segundo tiempo, el juez Macías cobró un penal para los rojos, lo que provocó la iracunda reacción de los hinchas de Racing, que arrojaron todo tipo de proyectiles. El encuentro no pudo continuar. Unos días más tarde, el 14 de julio, el Tribunal de Penas resolvió suspender por tres partidos el estadio de Racing, darle el partido por perdido a la Academia, pero no proceder a su desafiliación, como correspondía en un caso aún más grave que el ocurrido en el estadio de Talleres donde el partido había finalizado, algo que no sucedió en Avellaneda. Como se verá, en una época de conflictos permanentes, el Tribunal de Penas de AFA dando sus primeros pasos, demostró rápidamente que no estaba a la altura de la ética y justicia que ingenuamente se pedían.

Ese torneo de 1936 tuvo una estructura diferente: se jugó primero la Copa de Honor y después la Copa Campeonato, en realidad primera y segunda rueda, pero con tablas diferenciadas lo que hizo que River y San Lorenzo debieran disputar una final para consagrar al campeón del año. El cuadro de Boedo fue el que sumó más puntos en la temporada, pero quedó subcampeón, ya que River lo venció en la final por 4-2. A comienzos de los años sesenta, el defensor Oscar Tarrío contó que algunos directivos de San Lorenzo encabezados por Juan Carlos Scala le sugirieron al plantel que no ganara el segundo torneo para poder disputar así un desempate contra River a cancha llena. Aseguró Tarrío que Scala –quien sería presidente del club al año siguiente- le comentó la necesidad que tenía el club de cobrar los 20 mil pesos que les aseguraba esa final. Así ocurrió: hubo un partido para definir al campeón de 1936.

Cuenta Pablo Ramírez en el número 32 de la publicación quincenal “Fútbol, historia y estadísticas” que “habían pasado cerca de 40 años de aquellos episodios, cuando el autor de esta nota visitó en su casa a Rubén Cavadini, puntero derecho de San Lorenzo en aquella final. Y con una enorme indignación, como si se tratara de un hecho reciente, acusó a un jugador de su equipo de haber favorecido a River con su desempeño, asegurando que después de ese partido tenía un coche que antes no poseía.”

Quizá una de las síntesis más claras de lo ocurrido en los años treinta la dio Francisco Varallo, el goleador histórico de Boca, que en una charla con el autor de este libro a mediados de 2007 en su domicilio de La Plata y con sus lúcidos 97 años dijo que “aunque a Cherro (compañero suyo en Boca) yo le había prometido que nunca lo iba a decir, me parece que pasó mucho tiempo. La verdad es que ¡cómo nos ayudaban a nosotros y a River! ¡Era una vergüenza! Me daba vergüenza por los muchachos de los otros equipos”. (Continúa…)

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