Juan Román Riquelme sigue teniendo poder de fuego cuando habla. A veces lo hace para la interna boquense, en otras apunta hacia el mundo futbolero y amplía la discusión a otro nivel de interlocutores. En este caso, sus opiniones sobre el nivel del fútbol argentino, si se juega bien o se juega lindo, generaron respuestas de todo tipo, porque sabemos de la susceptibilidad del jugador y del propio periodismo argentino, que justamente no pasan por su mejor momento.
Riquelme dio en el blanco, cuando estableció la comparación sobre la calidad del juego que se ve los fines de semana en el país. No hubo un intento de medir la diferencia con todas las armas que desplegó la Selección en la Copa de Qatar. La distancia es abismal, sería inútil comparar a unos y a otros, por más que los muchachos liderados por Messi se formaron en su enorme mayoría en nuestros clubes.
Está muy claro (supongo que para todos) que el nivel del torneo local es bajo. Son varias las razones que explican la situación: sobran equipos (28 en lugar de 18 o 20 como máximo), el éxodo de jugadores no se detiene y no se detendrá por las diferencias de dinero que pueden cobrar los deportistas y la composición de los planteles, que se hace con un 90% de pases libres o a préstamo. No hay casi compras de jugadores de club a club.
Encima, los equipos se componen de un grupo de veteranos tomando los 34/35 años como inicio de la veteranía, un grupo mayor de juveniles que hacen sus primeros pasos en la competencia y otro porcentaje de hombres que fluctúan entre los 24 y 32 años, que en mucho tiempo no han dado la altura o conseguido ofertas para irse afuera, o no han tenido el nivel pedido en otros lares o vienen del ascenso. Algo que siempre pasó, ocurre que ese éxodo de la B Metro, el Federal A o la Primera Nacional a la A tampoco es masivo porque allí habita un enorme grupo de clubes en competencias también larguísimas y desmesuradas.
Se suma la ausencia de especialistas. No hay jugadores duchos en ejecutar tiros libres como si fueran “medio gol”: ya no juegan Alonso, Babington, Brindisi, Enzo Trossero, Passarella, Tarabini, Suñé, Willington, Chilavert, Bulla, Gorosito, Héctor Arregui, Montenegro, Ricardo Aniceto Roldán o algún otro que la memoria nos lo recuerde. No existen grandes cabeceadores como Victorio Cocco, Juan Domingo Rocchia, el propio Passarella, Palermo o algún otro.
Hay ausencia de goleadores. Salvo Mateo Retegui, el artillero de Tigre, todos los demás juegan en el exterior, apagado ya el Pepe Sand no quedan futbolistas que hayan hecho 80 goles o más en Primera División. Andan todavía haciendo lo que pueden el Pulga Rodríguez y Lucas Pratto y Darío Benedetto. No es casualidad que la liga argentina de Primera sea la que menor promedio de gol por partido ha tenido en los últimos cinco años, entre las quince o veinte más importantes del mundo. Apenas se sobrepasa el promedio de 2 por encuentro. Apenas.
Envueltos en tantas carencias, cualquier futbolero promedio puede mencionar algunos momentos de River, algunos menos de Boca, el respeto por la pelota que propone Argentinos Juniors habitualmente, toques de calidad en Racing y en el nuevo Lanús, que arrancó con todo, pero poco más, tomando en cuenta también a Huracán y a Tigre, que parecen haber afirmado una línea de juego ofensiva y con ambiciones.
¿Se juega lindo? No, casi ninguno lo hace. Lindo no es lo mismo que efectivo o contundente. Los partidos pueden tener tramos entretenidos, ataques respondiendo ataques, pero falta jerarquía en muchísimos jugadores, hay demasiados roces, árbitros contemplativos y se pierde demasiado el tiempo con golpes, protestas y el VAR funciona poco y quienes lo guían lo hacen con demasiadas dudas y generando toneladas de suspicacias.
¿Se juega bien? ¿Es lo mismo jugar bien que jugar lindo? Fragmentos de partidos sirven para verificar que se puede jugar mejor. Los equipos se desarman y se rearman porque ninguno puede mantener su plantel dos torneos seguidos. No abundan los cracks, la mayoría son jugadores de cierto nivel que tienen partidos irregulares. Los mejores están afuera, eso lo sabemos todos. En todo caso, la Argentina sufre lo que padecieron uruguayos, chilenos y brasileños con sus torneos locales. Éxodo de muchos, decaimiento general del nivel interno de la competencia.
¿Pretendemos algo imposible? ¿Se puede jugar mejor? La ausencia de cracks hace más difícil todo. Aquellos gloriosos años 70 y 80 con dos o tres figuras de alto nivel por equipo ya no se repetirá. Hay que atarse a lo que tiene cada club. Encima, las distancias son mayores por la cuestión económica y la presión mediática sobre los mismos de siempre. Jugar bien es una entelequia porque todos lo entendemos de distinta forma. Desde que la Argentina ganó la Copa del Mundo con numerosos cambios por partido y poniendo línea de cinco varias veces para cuidar el arco propio, se acabó la supuesta ortodoxia futbolística.
En nuestro fútbol, la pasión de la gente y lo que se expresa en las tribunas semanalmente, el interés popular que generan los medios y la televisación directa de todos los encuentros, es muy superior a lo que ofrecen los protagonistas cada fin de semana. Hay mucha distancia entre el fanatismo por unos colores y lo que te queda después de cada fecha. Ni lindo, ni muy efectivo. Lo que se pueda y lo que te permita el rival.