La idea de la Telaraña era y es hurgar en la memoria tratando de recordar mis momentos más antiguos en una cancha. Lograr que haya una conexión entre algún partido y lo que haya quedado archivado o aletargado en un rincón de los recuerdos más lejanos. No es sencillo, pero uno se empeña en saber y las preguntas son variadas: ¿cuál fue el primer partido que presencié en una cancha? ¿en qué cancha fue? ¿quiénes jugaban? ¿quién me llevó a ese partido? ¿y los siguientes dónde fueron?.
Una imagen me persigue: tenía 6 años cuando fuimos a la vieja cancha de Manuela Pedraza y Crámer con mi padre para ver a Platense recibir a Sportivo Dock Sud. Fue el 20 de abril de 1963 y ocho días después cumpliría 7 años. Cuando escribo «vieja cancha» me refiero a la que Platense tuvo entre 1917 y 1965, porque en ese 1965 se dio vuelta el campo de juego y se ampliaron mucho las tribunas. Es decir, que en 1963, todavía la cancha tenía un arco sobre la calle Manuela Pedraza y otro sobre José Tamborini. Uno hacia el Norte, el otro para el Sur.
En aquel partido, recuerdo que Platense ganó 6 a 0 y el fragmento que tengo en mi cabeza es la imagen de la tribuna visitante vacía, ubicada frente a la platea donde estábamos sentados, con una sola persona que estaba vestida de traje, con camisa y corbata, pero que como allí daba el sol desde el Oeste, se quitó el saco y lo dobló sobre sus rodillas. Al rato, se fue de la cancha, imagino que fue porque el resultado lo desilusionó mucho. Supongo que semejante goleada templó mi ánimo y el de mi viejo también.
Papá Enrique (Coco para casi todos) era Calamar desde siempre porque había nacido a tres cuadras de la cancha, en Juana Azurduy y Cuba, en 1929. Su padre, llegó al mundo en 1907 y alguna vez le contó a mi viejo que lo llevaron por primera vez al campo de Platense cuando tenía 12 o 13 años, allá por 1920. Mi abuelo Otto nació en Iberá y Ciudad de la Paz, también muy cerca del terreno que Platense convirtió en cancha e inauguró en 1917.
Mi bisabuelo, el pintor religioso y maestro de arte Enrico Fabbri, había nacido en Rímini, corazón de la Emilia Romagna italiana, en 1868. Viajó en barco desde Génova y se afincó en Núñez, muy cerca de la avenida Cabildo, antiguamente llamada Avenida 25 de Mayo, que todavía no se había ensanchado en esa zona. Enrico tendría ocho hijos y mi abuelo fue el último de la dinastía. El pittore italiano se había casado con Rosa Paulucci, natural de Bologna -cercana a Rímini- que falleció en 1910 y lo dejó con la prole a la intemperie. Viviría hasta 1936, aguantando las cargadas de su hijo Alejandro cuando Platense perdía, hasta que le vació un sifón de soda en la impecable vestimenta que el muchacho traía puesta para irse a pasear al centro porteño…
O sea que con bisabuelo (muy recordado por mi viejo porque cuando Platense ganaba era «ganamos» y cuando lo vencían decía «perdieron») con abuelo y padre que tenían la marrón y blanca pegada a la piel, no hubo opciones. A pesar de que el otro Fabbri, mi único tío –Otto Norberto Fabbri- se había criado con unos tíos y cambiado de barrio. Nació en Río Gallegos, creció en Caballito y luego siguió en Barrio Norte, lo que sirvió para que abrazase la causa riverplatense con mucha pasión.
Mi querido tío Tady (ése fue su apodo hasta que murió el 20 de junio de 2017) quería convencer a su sobrino mayor -mi hermano Pablo es tres años más chico pero nunca le gustó el fútbol- de que se hiciera hincha de los millonarios. Y sobre todo, porque por 1963 Platense no lograba volver a Primera A, había descendido en 1955 después de 43 años seguidos en la máxima categoría (desde 1913) y él pensaba que no pasaría de nuevo. Lo mejor era hacerme de River, que luchaba para ganar un título desde que en 1957 había dado la última vuelta olímpica.
Tengo recuerdos concretos de tres partidos en los que fuimos con mi tío Tady y mi viejo Coco a la tribuna de River, pero en los tres casos, de visitantes. Todos fueron partidos de 1963 viendo a River: el 4 de agosto en Atlanta, goleada 5-0 sobre Argentinos Juniors, con cuatro goles de Luis Artime (un monstruo del gol) y nos recuerdo en el codo entre la popular grande de la cancha bohemia y la tribuna de la calle Muñecas. El 18 de agosto el empate en el querido Gasómetro (cercano a mi casa) con San Lorenzo en un gol y aquel 10 de noviembre, cuando fuimos a Avellaneda y el rojo lo venció 2-1 a River y le quitó la chance del título. Esa tarde tengo la imagen de Luis Artime pasando por detrás del arco de Independiente, junto al foso y a la tribuna donde estábamos amuchados.
El esfuerzo fue en vano. Platense –gracias a la perseverancia de mi viejo– se convirtió en el dueño de mi corazón desde aquellos años. También están computados aquel 1-3 con Los Andes en Lomas de Zamora (borrosamente) y el empate en dos goles, la revancha contra Dock Sud en su pequeña cancha que rebosaba de público. Me acuerdo de estar junto al alambrado de la tribuna visitante y que la pelota (que recuerdo inmensa) pegó violentamente a escasos centímetros de mi mano. Era también 1963 y no hay chance de que haya sido en otro año. Recuerdo vagamente un 3-3 contra Temperley con mucho enojo de la gente porque el arquero Levy no anduvo bien y llegando al verano, también hubo un 5-0 a Los Andes en Núñez, una noche de viernes.
Para 1964 los recuerdos son muchos y más fáciles. De local y de visitante, hasta la frutilla del postre, aquel 2-1 a All Boys en el Gasómetro -ya era diciembre- ante una multitud y el regreso a Primera División. Con mi viejo y mi tío -que tenía una parte de su corazón marrón y blanco también- en la platea Bodas de Oro, frente a la tribuna oficial. Tengo en la cabeza el desborde por la derecha del polaco Néstor Togneri y el centro medido para la cabeza del negro Olindo Guzmán, aquel cordobés corajudo que metió el segundo tanto y la victoria final. Hasta el pitazo del juez, All Boys nos peloteó y el querido Enrique Topini, emblema de Platense, se convirtió en la muralla que evitó una y otra vez el empate que mereció el cuadro de Floresta. Ascenso y a otra cosa. A conocer las canchas de Primera, a recorrer la Bombonera, el Monumental y los templos de Avellaneda. A viajar en tren a La Plata, a ir en excursión a Quilmes o a Banfield, todo se vino encima para 1965.
Pero esas son otras historias. Otros recuerdos. Otras cosas inolvidables. Con mi viejo y Platense en mi corazón.