El discurso ya no tiene efecto. Los arrebatos nacionalistas quedan en segundo o tercer plano a la hora de la definición. El deseo de los hinchas no tiene espacio ante la avalancha de dólares o de euros que iluminan los ojos del pibe, su representante y su familia más cercana. No hay chance o, en todo caso, cada cincuenta juveniles que eligen irse para jugar en un fútbol que paga mejor, uno decide quedarse por un tiempo más, por lo menos. ¿Consuelo de tontos?
El caso Echeverri es la nueva punta del iceberg del éxodo de las jóvenes figuras con ningún, poco o relativo rodaje en nuestros torneos. La enorme cobertura mediática tiene que ver con su larga presencia en las divisiones menores de River, su paso estelar por la Selección Sub 17 y su triplete goleador ante Brasil, en el Mundial de Indonesia, nada menos. Consagrado de muy jovencito, pero con mínimo recorrido en el equipo titular de Martín Demichelis, lo que dijo tras jugar la final del Trofeo de Campeones ante Rosario Central activó la bola de nieve que se comió ilusiones, sueños y esperanzas de los hinchas millonarios, sobre todo.
¿Fue el primero? No, tampoco será el último. Manchester City -con el escaneo que hacen sus talentosos buscadores de figuras en todo el mundo- lo detectó muy rápido y ya lo convenció. Si se irá en el próximo año o en 2025, aun está en veremos, pero viajará mucho más temprano que tarde. ¿Sorprende? No. ¿Preocupa? Sí, como siempre y también confirma la fiebre del éxodo que une a todos: figuras que apenas pasaron los 20 años, jugadores de mediana trayectoria que encuentran afuera un dinero imposible de cobrar en la Argentina, chicos que estallan y lucen (como Claudio Echeverri) y ya se tentaron como la montaña de dinero que los convence. A él o a cualquier otro argentino que recibe esa oferta.
La historia no alcanza para explicar todo: Maradona jugó seis años en nuestro torneo local antes de irse a Europa, Kempes lo hizo en tres temporadas, Messi no jugó nunca aquí por los porotos, Di María rondó los 40 partidos con la camiseta de Rosario Central y Sergio Agüero los 60 con la roja de Independiente. Después, a brillar en Europa.
Desde hace tiempo, la lista de juveniles que no debutaron en Primera y se fueron sin dudar por el dinero ofrecido y la esperanza de un futuro auspicioso, se va engrosando. En 2018, Cuti Romero se fue al Genoa italiano, tras 19 partidos oficiales con la camiseta de Belgrano, pero la transferencia no llegó a los dos millones de euros. El último año, Marco Pellegrino, zaguero de Platense con 17 presencias en AFA, fue cedido al Milan en casi cuatro millones de euros. Hoy Romero es campeón del mundo y orgullo del Belgrano cordobés, pese a su paso meteórico por la primera división. Un puñado de partidos alcanzó para que los radares de los poderosos los detectaran.
Que existan más de cinco mil futbolistas argentinos profesionales desperdigados por el mundo explica en cierta parte la ausencia de cracks en el fútbol local, más allá de la aparición de nuevas figuras que en muchos casos emigran antes de madurar o lo que el futbolero medio del país señala como “un golpe de horno”.
Contra el dinero hay pocos antídotos. Antes era las distancias y los largos viajes, en otros el empeño por jugar en la primera división con los colores del club soñado, en algunos la creencia de que, si no rendías bien aquí, no te llamarían al seleccionado nacional. Todo eso es historia antigua. Hoy manda el dinero, de la mano con campeonatos donde los cracks de un mundo globalizado compiten en altísimo nivel y condenan al público de los países más pobres a seguir la visionaria letra del tango “Cafetín de Buenos Aires” que escribió Enrique Santos Discépolo en 1948. Esa frase de los pibes mirando a través del ventanal del bar con “la ñata contra el vidrio”. Manteniendo la distancia con la televisión o la compu, hoy es lo mismo.