Hace unos días me llamó un amigo entrerriano eufórico, porque después de varias semanas sin casos positivos de coronavirus el gobierno provincial había decidido levantar las restricciones y aliviar la cuarentena. Todos podrían salir a la calle, incluso se podría hacer deporte con precauciones, pero deporte al fin. A los cuatro días volvió a llamarme, apenado, para decirme que se habían producido varios casos y se había cerrado todo de nuevo. Así de simple. Así de duro.
El fútbol argentino transita el mismo camino, con la ilusión y la decepción que se encienden y se apagan de manera intermitente durante todo el tiempo. La esperanza del inicio, alimentada por la fuerza de la cuarentena que nos esperanzó con vencer rápidamente al virus, se fue transformando en hastío, aburrimiento, quejas, enojo y ruptura. No todos, claro. No siempre porque el gobierno no les gusta y haga lo que haga les caerá mal. No, la cuestión es que se han corrido las expectativas y no lo terminamos de entender.
En realidad, no lo podemos entender porque tampoco lo comprenden bien los que luchan diariamente desde la ciencia y la medicina, desde la investigación y el esfuerzo, en laboratorios, hospitales, centro de salud y oficinas estatales. El virus no se fue, no se irá, habrá que convivir y como cambia de maquillaje, se esconde y genera emboscadas en los incautos y confianzudos, no lo vas a desterrar así nomás. Los protocolos en cada deporte se modifican conforme varíen los ejemplos en otros lugares del mundo.
Los jugadores sufren porque cobran fuera de fecha y en cuentagotas, los que viven de los comercios vinculados al fútbol también se perjudican, lo concreto es que nada se puede anticipar y la enfermedad de la primicia periodística no tiene sustento. Todo cambia en un rato, con un par de informaciones basta y sobra para anunciar que se terminó el campeonato, que no habrá descensos o que por el contrario, se completará el torneo y habrá que pensar en definiciones con suspenso.
Hoy, todo es posible, todo es relativo. Se enoja Gallardo, los jugadores reclaman, los hinchas se aburren y soportan la Bundesliga o el recuerdo que pasen por los canales. La angustia de los muchos que perdieron o tienen seriamente comprometidos sus trabajos se ensancha, el fútbol sigue siendo importante, pero es lo más importante de las cosas menos importantes como dicen algunos colegas. Y tienen razón.
Ni siquiera se puede parar la pelota, como nos gustaba cuando jugábamos. Es que no hay pelota. No hay arcos, no hay cancha. La espera es interminable. Sin definición. A resolver. A esperar. A transitar un tiempo raro, complicado, que no nos da opciones. A ninguno. Sin volvernos locos, sin crisis nerviosa. A dejar que las horas pasen pensando en el fútbol que añoramos. No hay otra cosa que decir. Cumplir las normas y esperar el regreso. ¿Más temprano que tarde? Ojalá.