Uno pasó los sesenta años y todavía mantiene cierta esperanza, un cacho de ilusión en las cosas se producirán como las piensa. El pasado sábado salió todo redondo. ¿Por qué? Porque salimos en horario para llegar tranquilos a la cancha de Platense, el club de mi abuelo y de mi viejo, mi cuadro de toda la vida, el de mi hijo y (por ahora) también el de mi nieto. Ya sin los mayores que vieron el partido seguramente desde otra platea, cubrimos el pesado trayecto entre Caballito y Saavedra/Vicente López con los clásicos insultos al viento por los conflictos callejeros, ampliamente conocidos por todo porteño que se precie.
Por mi parte, siempre hago mi ruta habitual: José María Moreno, Acoyte, Muñecas, Dorrego, Córdoba, Jorge Newbery, Álvarez Thomas, Elcano, Superí y así llegamos a la colectora de la General Paz. Ocurre que tantos autos en el mediodía del sábado le ponen los nervios de punta al que maneja… La cuestión es que llegamos y alcanzó el tiempo para comprar las entradas y saludar a muchos amigos y conocidos de años, acomodándonos en la platea cercana al arco de la calle Zufriategui, el que da para la Capital Federal.
Buen tiempo, mucha gente, la cancha flamante porque la pintaron toda, el campo de juego estupendo, faltaba el partido. Y salió perfecto. Frente a un rival muy duro, que siempre supo a qué jugar contra nosotros, el resultado se abrió después de algunos sofocones. Platense presentó solamente a Carrasco y Fernández Colombo los marcadores laterales y también a Palavecino, joven y talentoso mediocampista sobre la izquierda. Solamente estos tres muchachos repitieron titularidad respecto del año pasado. Después fueron todos nuevos. Por eso la incógnita sobre sus rendimientos y el futuro.
Palavecino puso el 1-0 con un tremendo golazo, porque le pegó desde el vértice derecho del área y la puso por arriba del arquero Anconetani con violencia y precisión. Imposible de atajar, quizá imposible de repetir si lo practica. Fue gol y a festejarlo. A veces da cierta pudor pegar un pequeño grito de gol, levantarse como un rayo del asiento… pero bueno esas cosas de vez en cuando siguen pasando. También a mí. El primer tiempo se fue con ataques visitantes bien resueltos por nuestro arquero (el gigante De Olivera, de 1,94m) y la mala puntería del rival. Antes de marchar a los vestuarios, el lateral Carrasco hizo el segundo tras capturar un pase de Marcelo Vega y entrar con decisión al área, para someter al arquero con un derechazo corto y esquinado. ¿Cuánto hacía que no nos íbamos al vestuario ganando 2-0? No me acuerdo, pero no lo registro ¿la vejez?
La segunda parte fue para el disfrute. Dominio del Dragón, pero buena defensa y arquero granítico. Zapatazo en nuestro travesaño y mirada al cielo porque «los dioses están hoy de nuestro lado» le dijo a mi hijo Seba. Llegaron los cambios, el esperado ingreso de Olivares, los aplausos, el toqueteo y la sensación de haber podido golear. Actuación casi sin fisuras, no fue para partidazo pero por el debut en casa, la ansiedad de la gente, los ocho debutantes titulares, la calidad del rival, todo sirvió para redondear un primer paso, un primer escalón hacia la fama.
Cuando nos íbamos cruzando la autopista hacia Saavedra, alguien me preguntó ¿cuántos puntos faltan? Sumé rápido, porque tampoco es tan difícil: son 99 puntos los que faltan. Casi nada. Pero el primer escalón quedó asegurado. ¡Vamos Platense!