Platense llegó a Primera A y con mis nueve años tuve mi primera gran alegría deportiva, tras la celebración del ascenso. El primer partido fue nada menos que en el Monumental y ante Independiente. Como se explicó en la primera parte de «Telaraña», la cancha de Manuela Pedraza y Crámer estaba siendo dada vuelta, con un arco para Crámer (delante de la tribuna popular que tantas veces fatigaríamos con mi viejo) y el otro arco quedaría sobre Amenabar, si bien estaba alejado de la calle porque en la parte trasera de la nueva tribuna visitante habían funcionado el mítico velódromo y la cancha de polvo de ladrillo ubicada en su centro, donde el famoso quinteto Calamar de basquetbol, Los Aviones, ganó tres campeonatos porteños y alimentó la Selección Nacional.
Bueno: la cita fue un domingo 18 de abril en la cancha de River, que todavía no tenía la bandeja donde hoy está el tablero electrónico. Eso sería tarea de la dictadura militar, para darle otro marco a la Copa del Mundo años después. La esperada vuelta de Platense a la A sería contra el flamante campeón de América, Independiente. Los rojos habían vapuleado a Peñarol en el estadio Nacional de Santiago de Chile, por 4-1, tres días antes, en el desempate porque cada uno logró triunfar como local. Era la segunda Copa Libertadores del equipo que hoy sigue siendo el Rey de Copas.
Contra semejante rival había que iniciar el camino en la A. Aquella tarde soleada del Monumental, pude conocer a Santoro, al recio Hacha Brava Navarro, al Chivo Pavoni, al talentoso petiso Mura, a Raúl Savoy y al Loco Bernao. Enfrente estaba el gran Topini y también habían sobrevivido del ascenso el Polaco Togneri, el tremendo goleador Orlando Garro, el Loco Miranda y Juan Carlos Murúa. Había seis caras nuevas y una de esas caras desconocidas para mí, fue el autor del único gol del partido: Enzo Gennoni, puntero izquierdo, que tiró una especie de centro y metió la pelota entre Santoro y el poste.
Independiente atacó y atacó. Contraataque Calamar y penal. Tiró Garro y lo atajó Santoro. Enseguida, penal para el Rojo. Tiró Savoy lo atajó Topini. Sufrimos, padecimos, pero festejamos como locos. Volvimos para Caballito en el Chevrolet negro modelo 46 de mi viejo y la alegría no cabía en el cuerpo. Le habíamos ganado al campeón de América.
En la quinta fecha mi viejo lo anunció en la cena del viernes: «¿Querés conocer la Bombonera? Jugamos con Boca y allá iremos.» Auto dejado lejos de la cancha, larga caminata, escaleras interminables, el pis que bajaba por esos peldaños y de repente, alcanzamos el lugar allá arriba, en la última bandeja y pude ver el campo de juego y la multitud. Platense venía de tres caídas seguidas y pintaba para goleada en contra. Pude ver y admirar por primera vez a Antonio Roma, a Angelito Rojas y al Tanque, a Antonio Rattin y después me enteré que el rubio lento y flaco de la media cancha era César Menotti.
Peloteo boquense, Topini una muralla, chances xeneizes perdidas, alguna contra aislada y bien manejada por el Piojo José Yudica, lo cierto es que nos fuimos con un empate en cero que nadie esperaba. Como sería el envión anímico que tuvimos una rachita de seis partidos sin perder, con victorias ante Huracán y Argentinos, además de festejados empates con Racing en Avellaneda y con Newell’s en Rosario.
Después seguimos la recorrida. Viajes a La Plata en tren. Primero a avenida 1 y 57, empate con el Pincha (cabezazo preciso de Garro para el punto), ya casi en el verano la excursión al Bosque, un 2-0 con goles de Marchese y del cordobés Guzmán. Hubo festejo loco cuando el alemán Schneider clavó el 2-1 contra San Lorenzo en nuestra cancha, aquel 4-0 a Chacarita (recuerdo que en la primera rueda perdimos en San Martín por la mínima, estábamos en la popu con papá y al Negro Guzmán se le salió el botín. Vino corriendo Iñigo, un rústico defensor funebrero, lo agarró y se lo tiró a la tribuna, jaja, increíble) y un 4-1 a Rosario Central, la primera vez que veíamos esas camisetas tan conocidas. Era época de platea en Manuela Pedraza, junto a los Krause, Norberto padre y sus hijos Alberto y mi querido amigo Norberto. Los dos teníamos la misma edad y compartíamos la pasión Calamar, que seguiría en nuestros hijos y en nosotros mismos, pese al tiempo y la distancia.
Aquel campeonato de 1965 lo ganó Boca (50) con un punto de ventaja sobre River (49), como era costumbre en esos años. Vélez terminó tercero (37), delante de Ferro (37), Racing (36) y Estudiantes (36). Platense alcanzó el séptimo lugar con 35 puntos, luego de haber terminado último en la primera rueda, pero con una recuperación notable: 9 triunfos, 5 empates y 3 caídas. En esa excelente segunda rueda, Platense se dio un gustazo y lo pude ver en la cancha.
Me acuerdo mucho del 3-1 al campeón Boca en Manuela Pedraza y Crámer. Boca perdería solamente tres partidos sobre 34, ante Ferro y San Lorenzo, además de Platense. Cancha llena, alegría para ver al Marrón ante semejante rival en cancha propia, mi viejo laburando en la subcomisión de Prensa y Propaganda del club, junto a personas inolvidables, los queridos Julio Krause y Juan Pecci, los más cercanos, además del alemán Pfeiffer, de Abuin y los más jóvenes Salvo y Ortega. Y de Alfredo Chaker, claro está.
Ese partido fue fenomenal. Fue el 10 de octubre de 1965: a los 15 minutos, Platense ganaba 2-0. En el arco de Amenabar, tiro libre del Piojo Yudica y cabezazo goleador de Gennoni, anticipándose a Cacho Silveira. A los 14m, error del fondo xeneize, Orlando Garro pica solitario y cuando sale el flaco Errea (Roma estaba reponiéndose de su tremendo choque con Pachamé en la fecha anterior) se la toca con clase por encima. Golazo y 2-0. Unos minutos antes del final de la etapa, el Tanque Rojas descontó con un tiro bajo y fuerte. Topini no podía atajarse todo.
El segundo tiempo fue durísimo. Arreció el ataque boquense, la defensa que lideraban Mansueto y Schneider se mantuvo firme, parecía que el empate podía llegar, pero un nuevo centro de Yudica lo aprovechó otra vez Gennoni y a cantarle a Gardel. Fue 3-1 con fiesta en la tribuna popular de Crámer y en la platea. Un grupo de hinchas de Boca, muy cabreros, inició la quema de algunos tablones de la tribuna visitante, pero pronto se sofocó. La calentura de algunos fanáticos auriazules siguió afuera de la cancha. Cuando íbamos caminando para el viejo Chevrolet negro, veíamos las puertas hundidas a patadas por aquellos sinvergüenzas. El nuestro, como era de chapa dura y fiel, solamente tenía marcada la suela del salvaje que quiso hundirla. Nos salvó la chapa de los años cuarenta.
Manuela Pedraza y Crámer siempre fue un hueso duro para Boca, al punto que de los 42 partidos que jugamos allí, Platense ganó 17, Boca 12 y hubo 13 empates. Una suerte de paternidad localista, en ese límite sinuoso que unía a Núñez y a Saavedra. Aquel 1965 me gradué de hincha Calamar. Para siempre.