Vélez ya había ganado el Torneo Clausura de 1993, la Copa Libertadores de 1994 y había vencido en Tokio al poderoso Milan por 2-0 quedándose con la Intercontinental. Con Carlos Bianchi como entrenador mantuvo su poderoso andar y se quedó con el Torneo Apertura de 1995, seis puntos por encima de Racing y Lanús sus perseguidores.
Nada mejor le podía pasar a los hinchas del Fortín. Tres meses después de dar la vuelta olímpica en la casa de Independiente, Vélez recibió a River. Era la tercera fecha del Clausura, el 22 de marzo de 1996. Y esa noche quedó en la historia porque José Luis Chilavert construyó un gol inolvidable para todos los futboleros de ley. Un golazo irrepetible en la historia argentina.
Esa noche en Liniers y bajo la lluvia, Vélez empataba en un gol con River: Juan Gómez le dio la ventaja al Millonario en el primer tiempo y tras el retorno lo empató Fernando Pandolfi. A los 21m del complemento, Enzo Francéscoli le cometió una falta a Raúl Cardozo en la mitad de cancha, metros antes del campo de River.
El árbitro Carlos Mastrángelo –que esa noche dirigió por última vez- cobró la falta y tuvo que agacharse porque Chilavert vino corriendo desde su arco dispuesto a lanzar un pelotazo hacia el área de River. El juez esquivó el pelotazo y no dejó de seguir el recorrido de esos sesenta metros que hizo la pelota, metiéndose en el arco del desesperado Germán Burgos, quien corrió hacia atrás y en su afán de rechazar el tremendo zurdazo quedó caído dentro de la meta millonaria.
Fue un gol impresionante, único. Los hinchas de Vélez se abrazaban como locos. El arquero paraguayo esquivó los abrazos de sus asombrados compañeros y corrió como un desenfrenado hacia la famosa Platea Norte del José Amalfitani. Allí, frente a sus exigentes hinchas y con Carlos Bianchi como testigo, se tiró al suelo boca abajo para recibir el aluvión humano que le hicieron sus hombres, queriendo ser protagonistas también de semejante golazo.
Pasaron 25 años. Redonditos. Especiales. Vélez ganaría también el Torneo Clausura de 1996 con un punto de ventaja sobre el durísimo Gimnasia de Carlos Griguol. En ese campeonato, Chilavert metió cuatro goles, el mencionado a River de tiro libre, un penal a Lanús y dos goles a Boca, en el recordado 5-1 de Liniers, cuando el inolvidable arquero guaraní hizo un penal y un tanto de tiro libre a Navarro Montoya, la noche en que Javier Castrilli expulsó a Diego Maradona.
Al finalizar aquel certamen, Chilavert tenía seis goles conquistados con la camiseta de Vélez y al retirarse definitivamente con 36 tantos en los torneos locales, todos hechos de penal o de tiro libre, con ese potente y preciso remate con su pierna izquierda. Al propio Germán Burgos lo martirizó con otro lanzamiento libre, en el partido que la Argentina y Paraguay empataron en el Monumental por las Eliminatorias para Francia ’98. Su gol selló el empate en un tanto.
Pasó un cuarto de siglo y nadie repitió semejante tiro libre, desde sesenta metros, con el enorme acierto de meter la pelota en el arco contrario. Desde atrás de la mediacancha y con una puntería y potencia envidiables. Chilavert lo hizo y todavía espera imitadores que lo igualen. Va a ser difícil.